domingo, 16 de abril de 2017

Alba




Ni todos los silencios de este mundo
podrán callar la mañana,
ni podrán esconder nuestra vulnerabilidad
ante el brillo filoso de la vida.

Sepulté tantos momentos en zanjas profundas, 
mi cuerpo decidió que era lo mejor,
que estaba bien no tener memoria de
mi balanceo en el borde de esa misma zanja,
al costado de un camino,
en el borde del techo de un edificio,
o caminando en mitad de la calle.

Crudo y ridículo contenido,
mi sombra sin forma,
inabarcable en este punto,
escurridiza, resbalosa, húmeda,
rebosante de histeria y tristeza,
tan pegajosa que se volvió otra piel.

Yo la pongo sobre el fuego
y la dejo retorcerse, gritar de dolor y de placer,
unos la ven siendo consumida,
otros la consumen.

Es el cuerpo vacío
sin lógica
reducido al repudio
de la mueca social.
No sé ser más que intensidades
que rebotan, se acercan
se alejan y vibran.

Collage etéreo y triste
de esas manos 
creando imágenes auto-destruidas 
de un cuerpo desconectado
que baila y
grita y
se ríe,
que amanece acurrucado 
como perro 
de la calle.